La guerra comercial planteada por Donald Trump contra Brasil, no sólo con la política arancelaria sino fundamentalmente en su ofensiva contra el sistema de pagos automáticos PIX, no sólo abarca intereses económicos sino además cuestiones de soberanía, a las que Argentina no debería dejar de prestar atención. El presidente estadounidense denunció al pago por plataformas creado por el Banco Central de Brasil de atentar contra la lealtad comercial, ya que al popularizarse (lo utilizan desde vendedores ambulantes hasta grandes cadenas comerciales, con aceptación y adhesión de más del 75 por ciento de las personas en rol de consumidores) ha ido desplazando a las big techs (grandes firmas tecnológicas) estadounidenses que hasta no hace mucho controlaban el mercado. El fenómeno del control de transferencias tecnológicas por firmas privadas y extranjeras y de los datos personales de los usuarios quedó expuesto en primer plano. Tanto es así que ya generó un debate mundial al que, lamentablemente, Argentina pareciera estar al margen.
Según lo han reflejado diversas crónicas, la aplicación PIX es utilizada por personas de todos los niveles de ingresos, con más de 160 millones de personas registradas a finales de junio de 2025, según datos del Banco Central de Brasil.
«Esto ha llevado a una mayor participación en la economía de los segmentos más pobres de la población, incluyendo la apertura de cuentas bancarias y la incorporación al sistema bancario. Se ha convertido en algo fundamental para la producción económica de muchos brasileños hoy en día, dado el tamaño de la economía informal», señalan informes recogidos por agencias internacionales.
La aplicación fue desarrollada y lanzada por el Banco Central de Brasil en el año 2020, como una respuesta a las necesidades de la pandemia de COVID-19, particularmente en favor de muchos brasileños que abrieron cuentas bancarias por primera vez para recibir ayudas del Gobierno. Pero rápidamente se fue adoptando como sistema de pago para una gran parte de la población, dada la facilidad de uso para las personas y prácticamente gratuita para el comercio.
Su nivel de aceptación quedó reflejada en que, al año siguiiente, en 2021, ya el 46 por ciento de los brasileños había incorporado el PIX como sistema de pago. Todavía por debajo del uso de efectivo (el 83,6 por ciento) y de tarjetas de débito (el 61,7 por ciento). Pero las estadísticas oficiales del BCdoB para 2024 muestran que esas proporciones han cambiado: en ese año ya el 76 por ciento de los brasileños usaba el PIX como medio de pago, por encima del 69 por ciento que se maneja además con tarjeta de débito. En cambio, las personas que siguen utilizando el efectivo como medio de pago se redujo a menos del 69 por ciento, casi a la par de los usuarios de tarjetas de débito pero muy atrás de los que incorporaron PIX como sistema de pago. Segun una encuesta reciente, la proporción de ciudadanos brasileños usuarios de PIX se habría elevado este año a más del 90 por ciento.
La Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos (USTR) emitió un comunicado en julio en el que anunciaba que estaba investigando las «prácticas comerciales desleales» de Brasil, afirmando que este país «podría perjudicar la competitividad de las empresas estadounidenses» al favorecer sus propios servicios de pago electrónico innovadores y desarrollados por el Gobierno, aunque no mencionó a Pix por su nombre.
¿Por qué la reacción tan fuerte de Trump contra las autoridades brasileñas por implementar una aplicación de pagos en su propio país? El crecimiento del PIX tuvo dos victimas directas, y otras dos indirectas, todas de origen norteamericano. Google Pay y WhatsApp Pay eran los dos sistemas de pago electrónico dominante hasta que apareció PIX. Visa y Mastercard son, además, las dos firmas operadoras de pagos con tarjeta que han visto recortada su participación de mercado con el avance de la aplicación brasileña. Pero lo que más preocupa a Trump y le arruina su sueño imperial es, seguramente, que ve perder el control de un espectacular manejo de datos sobre gustos, costumbres y prácticas de vida de millones de brasileños, a al que se accede a través del uso de sus tarjetas.
A las amenazas de Trump, el gobierno de Lula respondió denunciando el ataque a la soberanía nacional y la intromisión en asuntos internos del mandatario estadounidense, elevando el conflicto por el PIX a causa nacional. Pero los límites fronterizos fueron rápidamente trasvasados cuando en el exterior, y en el propio Estados Unidos, hubo voces que se hicieron eco del conflicto alineándose detrás del gobierno brasileño.
Paul Krugman, prestigioso economista estadounidense, fue uno de ellos, e incluso se preguntó en un artículo de gran difusión si Brasil no estaba creando con el PIX «el dinero del futuro». Fue incluso más allá, como para corporizar los fantasmas que le deben quitar el sueño a Trump, preguntándose por qué en otros países, incluso Estados Unidos, los bancos centrales no seguían el ejemplo de su par de Brasil.
No tan lejos de Brasil, en Argentina, la pregunta de Krugman tendría una respuesta obvia, vista la reacción de Trump que pone claramente sobre la mesa los intereses en juego. Un gobierno como el de Javier Milei jamás promovería un sistema de pago electrónico de origen estatal para competir con las plataformas de pago privadas, pese al uso abusivo que éstas han hecho a partir de su posición dominante en el mercado y que son muy costosas para sus usuarios: vendedores y compradores de bienes y servicios.
Al contrario, estas plataformas privadas son en Argentina beneficiadas con desgravaciones y otras transferencias de islas de negocios, que nada tienen que ver con el impulso al desarrollo tecnológico en el país.
Pero, más allá del gobierno, la cuestión tampoco forma parte del debate político acerca de la intervención estatal en la transformación del sistema de pagos, en favor de la inclusión de la población y la protección de sus datos personales. El conflicto desatado en Brasil podría ser una buena oportunidad para echar una mirada sobre el tema.