miércoles, 8 octubre, 2025
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Por aire, tierra y mar: la odisea del argentino que recorre el mundo para conseguir la firma de los campeones de Qatar

Para homenajear a su abuelo, un fanático del fútbol y de Lionel Messi que murió antes de verlo levantar la Copa del Mundo en 2022, el argentino Gabriel Goldsack, de 34 años, se propuso una misión insólita: reunir las firmas de los 26 jugadores de la selección argentina y la de Lionel Scaloni, consagrados en Qatar. Acompañado por su novia, Kerrin Zander, casi lo completa: solo le falta la del 10. La figurita difícil.

La historia de este entusiasta empezó en Mendoza: allí nació y vivió su infancia, hasta los 12. La crisis económica de principios de siglo le torció el rumbo: junto a su familia emigró a Málaga, donde vivió dos años. En 2004 regresó a la Argentina, pero la estadía fue breve y en 2006, con 16 años, volvió a España para quedarse en Castellón, una ciudad de la comunidad valenciana.

Hasta ese momento, Gabriel no había tenido relación con su abuelo paterno, que desde hacía años vivía en Almassora, otra ciudad de la comunidad valenciana. La mudanza le abrió una puerta inesperada: allí conoció a su abuelo Quito.

“Al principio la relación con él tampoco era de lo más cordial, porque yo no tenía cordialidad con nadie. Estaba como enojado con el mundo”, empieza Goldsack. La adolescencia lo había encontrado en medio de un desarraigo constante, con idas y vueltas entre Argentina y España, siempre a contramano de sus deseos.

Gabriel Goldsack junto a su abuelo Jorge Enrique Goldsack, a quien todos llamaban QuitoCortesía de Gabriel Goldsack

El fútbol, sin embargo, se convirtió en un puente inesperado. Con la bicicleta como excusa, pedaleaba hasta la casa de su abuelo y los fines de semana compartían partidos de la selección o de Godoy Cruz, el club mendocino del que ambos eran hinchas. Fue Quito quien un día movió los hilos para que se probara en un club. “Él me consiguió que me hicieran una prueba para jugar en el Villarreal. Y me llevó también un par de veces a la cancha. Era el equipo grande más cercano a mi casa”, explica Goldsack. El amor por la pelota, compartido por el nieto y el abuelo, logró unir lo que la vida había separado.

En 2013 se instaló en Barcelona y, por la distancia, empezó a ver menos a su abuelo, aunque algunos fines de semana viajaba a Castellón para visitarlo. En 2018 recaló en Alemania, pero el puente invisible del fútbol nunca se cortó. “Cuando me vine a Alemania, sobre todo al principio, la relación fue más distante, porque no tenía cómo ir de vacaciones para allá. Entonces estuve varios años sin ir. Pero seguíamos hablando de fútbol y conectándonos, sobre todo en los partidos de la selección”, recuerda el joven mendocino.

Kerrin Zander y Gabriel Goldsack, con su camioneta —donde durmieron gran parte de los viajes— y la Copa con las 25 firmas, más la de Scaloni.Cortesía de Gabriel Goldsack

Desde 2010, el abuelo Quito se había enemistado con la camiseta celeste y blanca. Primero, por la decepción del Mundial dirigido Diego Armando Maradona, y después, por la derrota en la Copa América 2011 en Argentina. Repetía con amargura que, el día que muriera, iba a hablar con el “Barba” (Díos) para reclamarle por tanta desgracia.

No podía ser, con la calidad de jugadores que teníamos, que se juntaran Agüero, Messi, Di María y Tevez, y que no pudieran ganar”, rememora las palabras de su abuelo. En 2019, tras la eliminación ante Brasil en semifinales de la Copa América, su malestar se volvió un juramento. “Cuando muera, tengo que hablar con el Barba”, decía Quito.

La muerte lo alcanzó en 2021, un mes antes de que la Argentina venciera a Brasil en el Maracaná y se quedara con la Copa América, primer título tras 28 años. Tampoco pudo ver la Finalissima frente a Italia meses después, ni la histórica noche de Doha, cuando la selección levantó su tercera Copa del Mundo.

El abuelo Quito, hincha de Godoy Cruz y fervoroso seguidor de la selección argentinaCortesía de Gabriel Goldsack

Después de la Copa América que cortó la racha, el joven hincha de Godoy Cruz pensaba en la partida de su abuelo y, durante todo el Mundial, se aferró a las casualidades. El año previo se habían hecho famosas las coincidencias, incluso se usaban en publicidades, y Goldsack sentía que él también compartía ese juego con su abuelo. Ver sus números favoritos -11, el de su abuelo, y 22, el suyo- en distintos lugares se había vuelto casi un código secreto entre ambos.

En la final, esa sensación se intensificó. “Me di cuenta de que la Argentina había ganado el Mundial del ’78 por 3-1, el del ’86 por 3-2, y que el 3-3 de 2022 parecía cerrar el círculo. Cuando me di cuenta de esa casualidad, no sé por qué, faltaban capaz que tres o cuatro minutos para cerrar el partido, pero yo ya sabía que íbamos a ganar por penales”, explicó Goldsack.

Después del partido en Doha, mientras el joven argentino festejaba el título, empezó a circular una historia que se volvió viral: la de una copa falsa que había llegado hasta las manos del propio Messi. No era cualquier imitación: estaba bañada en un falso dorado, salida del taller de la artesana Eliana Pantano. Una familia platense la había comprado y, de manera insólita, logró meterla al estadio.

Lionel Messi con la Copa truchaANNE-CHRISTINE POUJOULAT – AFP

“De alguna manera consiguieron meterse en la cancha con la copa y, no solo eso, sino que cuando terminó el partido los familiares de algunos jugadores se dieron cuenta de lo buena que estaba la copa y, como no tenían la original para sacarse fotos, la pidieron prestada”, contó. El trato fue simple: se las prestaban, pero a cambio con un par de firmas. La réplica pasó de mano en mano, hasta que el propio Messi la levantó.

Goldsack siguió esa historia desde lejos, fascinado. “Cuando se hizo viral yo venía buscando hace años una copa para mí, para mi casa, no para esto. Y ahí fue cuando me hizo clic: tenía que ser esa copa, la de esa artista”, explicó. No era solo la calidad perfecta de la imitación, idéntica en peso y medidas a la original, también había otro motivo: “Yo ya había pensado en comprarle a esa chica porque ella le había hecho una copa a Maradona y se la había regalado poco antes de que falleciera. Y ahora, con la conexión Messi-Maradona de la copa trucha, dije ‘es esa’”.

En la necesidad de honrar a su abuelo, surgió la idea de comprar esta réplica de la Copa, mientras la verdadera se guarda bajo siete llaves, y hacerla firmar por los 26 campeones y el entrenador Scaloni. De esta forma, arrancó una travesía que lo llevaría por nueve países y dos continentes.

Goldsack, junto a su novia alemana Kerrin Zander, empezó a pensar cómo podían lograr lo imposible: reunir las firmas. Enviaron cientos de mensajes a jugadores, familiares y amigos, pero las respuestas no llegaban. La Argentina venía de ganar la Copa América 2024 y muchos futbolistas estaban de vacaciones, dispersos entre distintos países. Fue entonces cuando decidieron probar suerte en los Juegos Olímpicos de París.

“Decidimos ir para los Juegos Olímpicos porque Almada, que estaba en Estados Unidos, venía con la Selección Sub 23. Además de él también estaban Rulli, Julián Álvarez y Otamendi”, detalla.

En Lyon pasaron días de hoteles, de pasillos interminables, de entradas y salidas observadas con la paciencia de un cazador. Hasta que, de golpe, los vieron: Gerónimo Rulli, Julián Álvarez y Thiago Almada rumbo al entrenamiento; Nicolás Otamendi, a la vuelta. Cuatro firmas que parecían suficientes, el cierre de un círculo. Goldsack estaba listo para darlo por terminado.

Nicolás Otamendi firma la réplica de la Copa del Mundo durante los Juegos Olímpicos en Francia, donde fue capitán de la selección de fútbol Sub 23Cortesía de Gabriel Goldsack

“Yo ya no tenía más plata, pero mi pareja estaba súper emocionada con todo el tema. Dijo: ‘No, sigamos’”. Para la profesora de primaria, aquello no era solo un viaje de firmas, sino un compromiso: “Para mí, la lección más poderosa fue honrar nuestra palabra: la promesa de Gabo a su abuelo y mi promesa de apoyarlo. No era solo soñar, sino presentarnos y dar lo mejor aun sin garantías”, amplía Zander.

Fue entonces cuando ella le recordó que Alejandro Papu Gómez, uno de los campeones olvidados en siguientes convocatorias tras Qatar, estaba sin club y quizá era la oportunidad ya que no estaban muy lejos. En Bérgamo tuvieron con una pista difusa: les dijeron que el campeón del mundo era dueño de un centro de alto rendimiento. “Fuimos ahí y hablamos con los empleados. Y uno me dijo: ‘Si vas a este club de pádel, él va casi todos los días. Más tarde o más temprano lo vas a ver’”, rememoró Goldsack.

El consejo funcionó: fueron al club y esperaron. El primer día no apareció. El segundo tampoco. La paciencia empezaba a agotarse hasta que, como dice el dicho, al tercero lo vieron entrar. Papu frenó, escuchó la historia y firmó la copa.

Tras esperar tres días en Bérgamo, consiguieron la firma de Alejandro Gómez en la Copa.

La pareja germano-argentina decidió seguir camino hacia Roma para intentar ver a Leandro Paredes y Paulo Dybala, pero los jugadores ya se habían marchado a hacer la pretemporada en Inglaterra. Allí apareció otro rumor: que Gonzalo Montiel podía fichar por Bologna, que en ese momento se encontraba en Sevilla. Entonces se quedaron cerca del aeropuerto y pasaron las noches en la furgoneta. “Le sacamos el asiento de atrás, tiramos un colchón, pusimos un camping gas al costado y así íbamos viajando, porque si no sería muy costoso”, rememora Goldsack. Pero Montiel nunca apareció y decidieron continuar hasta Milán.

Aunque no lo consiguieron a la primera, Paulo Dybala firmaría finalmente la CopaCortesía de Gabriel Goldsack

En la capital de la moda tuvieron un golpe de suerte. Lautaro Martínez había posteado horas antes una historia en sus redes confirmando que estaba de regreso. “Fuimos a ver si lo podíamos encontrar en el entrenamiento, pero no habíamos tenido en cuenta que el Inter acababa de ganar su Scudetto número 20, entonces había una multitud todos los días”, cuenta este estudiante de Psicología.

Tras varios intentos fallidos, optaron por otra estrategia: buscaron una ruta secundaria, a unos 40 minutos de Milán, donde había un badén que obligaba a los autos a frenar. Todos los días veían llegar al Toro con su Lamborghini amarillo y al italiano Nicolò Barella con un SUV Lamborghini. Una tarde apareció otro SUV, y con el reflejo de la luz Goldsack dudó. “Yo estaba a punto de decirle a Kerrin: ‘No, no, estamos esperando a Lautaro, este seguro es Barella’. Pero pensé: me voy a acercar igual, le explico la situación y nos volvemos. Me acerqué… y era Lautaro”, relató.

“Frenó, bajó la ventanilla y nos firmó ahí mismo”, añade Zander. Hoy la pareja todavía se ríe de aquella escena en la que, por un simple malentendido con el coche, estuvieron a segundos de perder la oportunidad de conseguir la firma del delantero.

La firma del Toro Lautaro Martínez

En ese momento les quedaba muy poco tiempo antes de tener que volver al trabajo. Querían ir despacio de vuelta a casa. Fue entonces, en Suiza, cerca de Ginebra, cuando Zander descubrió que el Olympique de Lyon, equipo de Nicolás Tagliafico, hacía allí la pretemporada. Fueron directo al hotel, pero llegaron tarde.

La búsqueda continuó en la ciudad de Lyon. Allí supieron que el equipo entrenaba, aunque a puertas cerradas. “Un amigo puso una historia de que Nicolás estaba haciendo un streaming. Me metí y empecé a hacerle preguntas. Él, siendo inteligente, no respondió de forma directa, pero terminó dando a entender que estaban entrenando y que era cerrado, que no podía ir a verlo”, explicó.

Decidieron esperar. Pasaron tres horas en la puerta hasta que, finalmente, apareció. “Fue gracioso, porque Tagliafico venía en un auto súper normal, tratando de pasar inadvertido. Nos vio con la bandera argentina, avanzó un poquito para no obstaculizar y paró. Ahí nos firmó y hablamos dos minutitos”, confesó.

Tras ver un streaming de Nicolás Tagliafico y descubrir dónde entrenaba, lograron su firma en la Copa.

Ya en Alemania, en Leverkusen, se toparon con una celebración histórica: el Bayer 04 festejaba su primera Bundesliga. Decidieron dormir en la camioneta, aunque estaban a apenas 20 minutos de su hogar. “Podríamos habernos ido a dormir tranquilos a casa, pero a veces no querés romper el momento, la magia”, sigue Goldsack.

Todos los jugadores iban entrando al estadio, menos Exequiel Palacios, que estaba lesionado y no aparecía por la entrada principal. Todo parecía perdido hasta que un detalle cambió la historia: un auto, una mirada, una intuición. “De repente pasó una chica con un auto grande, un Mercedes, y se quedó mirándome a mí y a mi pareja fijamente… empezamos a revisar las fotos del Instagram de Palacios, y efectivamente, era la pareja. Entonces le escribí un mensaje pensando que no me iba a responder… y de repente me responde la chica y me dice: ‘¿sos el chico que estaba afuera con la bandera?’. Le digo sí… y me dice: ‘No te preocupes, te damos una mano’. Salieron, pararon ahí un minuto, firmó, nos sacamos una foto y se fueron”, relató. En ese momento, Goldsack y Zander ya tenían ocho firmas.

Gabriel Goldsack junto a Exequiel Palacios, con la réplica de la Copa del Mundo en mano y la bandera argentinaCortesía de Gabriel Goldsack

El segundo viaje fue a Inglaterra, en septiembre de 2024, con un objetivo ambicioso: sumar seis firmas en pocos días. El pulso se aceleró desde el inicio. Primero apareció Guido Rodríguez en el predio del West Ham, sorprendido de ver hinchas argentinos allí. Después, en Londres, la espera se volvió eterna en la salida del Tottenham, colmada de fanáticos coreanos que veneran al Cristian Romero por su amistad con Son Heung-Min. Pedir autógrafos estaba prohibido, pero cuando salió, Goldsack se la jugó.

“Lo miro al Cuti, le muestro la copa y la bandera y le digo: ‘Cuti, por favor’. Me miró como diciendo ‘la puta madre’, pero paró igual porque había otros 40 o 50 coreanos, y firmó”, detalla. Luego se acercó y le dijo en broma: “Discúlpame por el quilombo con el que te dejo”, y el Cuti se empezó a reír. “Y cuando me alejé fue un poco tétrico: parecía una película de zombies, 40 o 50 personas tirándose encima del auto”.

En el Tottenham, muchos fanáticos coreanos veneran a Cristian Romero por su amistad con Son Heung-Min

En Manchester, Lisandro Martínez fue convencido a los gritos en su idioma y también se detuvo a firmar. En Liverpool, Alexis Mac Allister dejó una de las escenas más humanas. El primer día lo habían visto pasar sin detenerse y la desilusión fue grande, hasta que decidieron insistir y contactaron a su pareja. “Me dijo: ‘acá’, y abrió la puerta”. Alexis salió, sonrió y se disculpó. “Perdóname que no paré ayer, no te vi. Me dijo mi mujer que estaban por acá”. Firmó la copa y se quedó un rato, cerrando el capítulo que había quedado abierto el día anterior.

El final del viaje llegó en Londres, en la última jornada que pasaban en Inglaterra. Con el ferry programado para salir a las ocho de la tarde rumbo a casa, quedaba apenas una última oportunidad: lograr que Enzo Fernández firmara la Copa.

Esa mañana, el volante había pasado en un taxi frente al predio del Chelsea, pero no se detuvo. “Me vio temprano, pero no paró porque llegaba tarde; creo que llevaba a su hija a la escuela —puso una historia en Instagram—”, cuenta.

La espera se hizo larga, con horas frente a la entrada del club. “Después de un entrenamiento larguísimo salió y ahí sí paró; después de once horas, pero paró”, relata. Esta vez, Enzo se acercó y firmó, no sin antes aclarar: “Perdóname que no paré antes, no te vi”. Apenas terminó el encuentro, subieron al auto y manejaron con prisa hacia Dover, todavía con el tiempo justo para alcanzar el ferry.

Enzo Fernández firma la réplica de la Copa del Mundo en LondresCortesía de Gabriel Goldsack

El tercer viaje, a Bélgica, estuvo marcado por la frustración. Primero fue el intento con el Aston Villa en Brujas: la seguridad, reforzada por tratarse de un club inglés, hizo imposible cualquier acercamiento. Después vino la Roma, en Bruselas. El cuerpo técnico y los jugadores estaban ahí, al alcance de la vista, pero el control de seguridad los dejó del otro lado. Dos intentos, dos negativas. El viaje terminó sin firmas.

La cuarta expedición tuvo, en cambio, algo de maratón: un ir y venir que unía ciudades y jugadores. Empezó en Roma, donde el azar quiso que apareciera primero Paredes. Goldsack le contó la historia, le pidió que avisara a Dybala. Y, como si la cadena hubiera funcionado, poco después el cordobés bajó la ventanilla de su auto, riéndose, y estampó su firma. Después, la ruta llevó a Villarreal. Allí, casi sin esfuerzo, apareció Juan Foyth. Firmó rápido y recibió una carta destinada a Gonzalo Montiel.

En Madrid, frente al hotel del Sevilla, el lateral derecho, hoy en River, fue el único que se detuvo previo al duelo con el Atlético. La resignación ya flotaba en el aire hasta que Montiel, a metros del micro, cambió de idea en el último segundo. “De repente sale Montiel, prácticamente en la puerta del colectivo le grito por tercera vez. Se gira y me ve, mira para adelante, y de repente es como si se hubiese acordado de algo y cambió de rumbo. Vino donde estábamos nosotros”, recuerda Goldsack.

La escena tuvo un regalo extra: un nene, en su cumpleaños, abrazó a Gabo y le dijo: “Gracias, si no fuera por vos no paraban, este es mi mejor regalo”. El viaje siguió sin pausa hasta Lisboa. En Benfica, Ángel Di María cumplió con la indicación del club: los jugadores debían parar si era posible y paró.

Ángel Di María firma la réplica de la Copa del MundoCortesía de Gabriel Goldsack

El regreso a Madrid trajo la recompensa final. En un entrenamiento del Atlético apareció Rodrigo De Paul, el único que se detuvo esa mañana. A la salida, después de horas de espera, firmó Nahuel Molina. Y en el hotel de concentración llegó la última pieza: Ángel Correa, que completó el mapa de esa travesía. El viaje cerró en familia, con la casa de su madre como último destino, para las fiestas de fin de año. Después de tantos hoteles, rutas y entrenamientos, el calor de lo propio era la firma que faltaba.

El quinto periplo tuvo algo de soledad. El auto se había roto y Kerrin volvió sola a Alemania; él se quedó, para buscar a Scaloni. “Cuando arreglé el auto le pregunté a Kerrin si le parecía bien que fuera a Mallorca a buscarlo. Me dijo que sí. Después de dos días lo encontré: estaba saliendo de su casa con su perra y conseguí la firma”, narra, todavía con esa mezcla de alivio y emoción. Era la firma número 22, su preferida, la que sentía más cercana.

El sexto viaje fue a Brujas, en marzo. Otra vez el mismo escenario, otra vez la misma ilusión: ver a Emiliano Dibu Martínez. Y otra vez, la misma respuesta: puertas cerradas, caminos bloqueados, horas que se deshacían en la espera.

La séptima escapada los llevó de nuevo a Inglaterra, entre el 10 y el 16 de marzo. Otra vez el Dibu como objetivo. Fue la firma más buscada, la más simbólica. Tras tres intentos fallidos, la escena ocurrió frente al predio del Aston Villa. Primero apareció el inglés Marcus Rashford, que amagó con detenerse, pero Goldsack lo dejó pasar: no era el momento. Después llegó el arquero marplatense. “Lo vi que se quedó mirándome a los ojos, después miró la copa, me volvió a mirar a los ojos y paró. Nos firmó y se quedó hablando un ratito en castellano. Fue la firma número 23, la que él mismo dice que es su número”, revive.

Tras tres desencuentros en Bélgica e Inglaterra, lograron la firma en el cuarto intentoCortesía de Gabriel Goldsack

El octavo viaje llevó la aventura a otro continente: América. Y en la capital de la Argentina comenzó la búsqueda de los jugadores de River. Pasaron varios días hasta que, a las seis y media de la mañana, apareció Germán Pezzella. Otro día, antes de un entrenamiento en el Monumental, consiguieron la firma de Franco Armani en un semáforo. Y el lunes 30 de julio de 2025, un día antes de volver a Alemania, llegó la de Marcos Acuña en River Camp. Ya habían hablado con una pareja amiga de él en Instagram y todo indicaba que sabía que lo esperaban: los recibió sonriendo, como quien saluda a conocidos.

Hoy, con las 25 firmas —más la de Lionel Scaloni— grabadas en el trofeo, la promesa está casi cumplida. “Saber que quizá no lo lograríamos, pero hacerlo igual. Eso en sí mismo nos dio alegría y orgullo: sentimos que habíamos ‘dejado todo en la cancha’. Este camino me hizo comprender la frase ‘los argentinos nacen donde quieren’. Es cierto, y yo soy una de ellos”, reflexiona Zander. A Gabriel le queda pendiente solo una firma para completar su promesa, la más esperada, la del capitán: Lionel Messi. La ilusión sigue intacta.

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