lunes, 25 agosto, 2025
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Desde la tribuna y la victoria de Central ante Newells: tan épico e increíble que linda con el absurdo

En el césped pisoteado, transpirado, y maltratado durante ochenta minutos, y con la pelota achichonada, despreciada, descuidada durante ochenta minutos, Ángel decidió que era el momento, que la historia de amor se uniría para siempre contra toda duda, contra cualquier incrédulo, que esta religión ya no tendría ateos

Por David Ferrara

El destino le obsequia a Central en los clásicos guiones cinematográficos, tan épicos e increíbles que lindan con el absurdo del disfrute, que ni la pluma más encanallada se animaría a escribir por imposibles. Cruel para el rival, deportivamente doloroso, insoportablemente reiterado.

Ni Angelito se animó a tanto en sus sueños, ni los miles que desbordaron Arroyito desde muy temprano con su exuberancia pasional pensaron semejante desenlace. El que el delirio auriazul se vive desde temprano en cada día de partido, porque el camino al juego tiene una liturgia de chori, botella cortada y humo de todo tipo que no se compromete con un resultado o con el rendimiento de un equipo. El hincha es hincha sin depender de esquemas tácticos, el amor, al menos en Central, no se condiciona por un marcador.

Allí donde muchos vecinos escapan del barrio por varias horas, allí donde los silbatazos cortan el aire para organizar un avance vehicular en cámara lenta, allí donde los trapitos le ganan el nivel más alto del tetris para acomodar motos y autos, y donde el código de vestimenta es único, indeleble, y nadie lo desafía. Allí se empieza a gestar la fe, las dudas de la semana se despejan y ya ni siquiera importa quién juega, o en realidad sólo importa que juega Central.

La calle se despeja al ritmo de la cuenta regresiva hacia el viejo y querido puntapié inicial, y la locura más hermosa del mundo se traslada a su epicentro, al coliseo de las batallas, ese en el que se gana o se pierde, porque aquí en el Gigante nadie oculta sus heridas, las acepta con la frente en alta para volver a luchar.

Pero no es el caso, una vez más será victoria. Con las dudas y las ansiedades del nuevo modelo que Holan está intentando poner a punto, pero con una muestra de carácter siempre presente vital para este tipo de partidos y la confianza en que una va a quedar. Que en algún lugar del universo alguien decidió regalarnos la épica, el recuerdo imborrable, un eslabón más en la cadena de una serie que a esta altura Netflix ya debería anunciar en su cartelera.

En el césped pisoteado, transpirado, y maltratado durante ochenta minutos, y con la pelota achichonada, despreciada, descuidada durante ochenta minutos, Ángel decidió que era el momento, que la historia de amor se uniría para siempre contra toda duda, contra cualquier incrédulo, que esta religión ya no tendría ateos. La besó, recibió la bendición de Nacho y el pedido de Franco, «por favor amigo, confío en vos». Y la clavó en el gol más hermoso de todos sus tiempos, el más hermoso y contundente del tipo que hizo varios de los goles más hermosos y contundentes de la historia del fútbol albiceleste. Y decretó la locura.

Una vez más la realidad superó a los deseos. Y se extendieron las horas de ausencia en el barrio para algunos, y el tetris tardó en desarmarse, y los humos volvieron a aparecer ya en la noche de Arroyito, y los bares agotaron las bebidas. Los silbatazos para organizar lo imposible no se escucharon, tapados por el cancionero. Por repetido, no deja de ser único, delirante, adrenalínico. ¿Qué más pedir? Lo pidió Angelito. Y a él los sueños se le cumplen.

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