Como psicopedagoga y especialista en bienestar digital, la reciente decisión de Australia de prohibir el acceso a plataformas como YouTube, Facebook, Instagram, TikTok y X para menores de 16 años inevitablemente despierta una mezcla de aplausos, críticas y preguntas. Es evidente que estamos ante un tema complejo, y aunque esta medida parece ser una solución simple, no puede ser la única respuesta. La prohibición sin educación no alcanza, porque la tecnología no es un enemigo ni un mero entretenimiento: es una herramienta poderosa que está moldeando el presente y será fundamental en el futuro de las nuevas generaciones.
Muchos de los empleos que nuestras niñas, niños y adolescentes (NNyA) ocuparán en las próximas décadas dependerán directamente de cómo utilicen y comprendan la tecnología. Por eso, más allá de restringir, debemos enseñarles a usarla con criterio, responsabilidad y espíritu crítico. La clave no está en alejarlos del mundo digital, sino en formarlos para que puedan navegarlo con autonomía y conciencia.
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Sin embargo, me pregunto: ¿qué mensaje estamos enviando a nuestras infancias y adolescencias al delegar en leyes lo que, en realidad, deberíamos gestionar desde casa? Si los adultos necesitamos que los gobiernos establezcan prohibiciones para resistir la presión social de entregar celulares o redes sociales demasiado pronto, ¿no estamos fallando en nuestro rol como guías?
Cuando pedimos leyes que eliminen esa presión, también deberíamos preguntarnos: ¿dónde están las normativas que ayudan a las familias a configurar un celular adecuadamente para un menor de edad? ¿Dónde están las políticas públicas que garantizan que los padres y madres tengan información clara sobre cómo acompañar el uso saludable y seguro de la tecnología en casa? ¿Es en un grupo de whatsapp donde vamos a encontrar respuestas a estas necesidades?
¿Qué necesitamos realmente?
Hasta que esa educación sea una realidad en todas las escuelas y hogares, medidas regulatorias como las implementadas en Australia serán necesarias para marcar un límite. Sin embargo, la solución definitiva no está en prohibir, sino en enseñar. Debemos formar a los jóvenes para que comprendan cómo funcionan los algoritmos, qué impacto tienen las plataformas en su bienestar emocional y cómo desactivarlos.
Este esfuerzo no puede recaer solo en las instituciones educativas. Los hogares también juegan un papel clave. Padres y cuidadores deben ser modelos de uso saludable de la tecnología, estableciendo límites claros y promoviendo actividades offline que fomenten la creatividad, el diálogo y el bienestar.
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¿Queremos que las próximas generaciones sean esclavas de los algoritmos, consumiendo contenido sin sentido y perdiendo su capacidad de elegir libremente? O, por el contrario, ¿buscamos formar ciudadanos digitales informados, conscientes y empoderados para navegar el mundo online con autonomía y criterio?
La respuesta está en nuestras manos. Desde los hogares y las instituciones, debemos comprometernos a integrar la educación digital como una prioridad. Solo así lograremos que los NNyA sean dueños de su experiencia en línea, capaces de disfrutar las ventajas de la tecnología sin caer en sus trampas.
Porque educar en el Ecosistema digital no es solo una tarea, es un compromiso con el bienestar integral de quienes vienen detrás de nosotros.
(*) Mariana Savid Saravia – Psicopedagoga, especialista en Neuroeducación. Educación en Ciudadanía Digital y Mediación y Convivencia Escolar. M.P. P:13-5610.